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Foto del escritorEl Desván de los Cuentos Perdidos

🔒"Los dualistas", Audiolibro de Bram Stoker (Exclusivo Fans Ivoox)



Harry Mertford y Tommy Santon, amigos del alma, descubrirán un placentero pasatiempo al entrechocar sus navajas en duelo, las cuales tras la pérdida de filo serán sustituidas por todo tipo de objetos.


Bram Stoker nos trae un relato sorprendentemente cruel, con un final prácticamente gore y totalmente desmoralizante.


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El Desván de los cuentos perdidos. Relatos y audiolibros de misterio y terror de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce, .. y muchos más, narrados e interpretados con música y efectos.


Narrado por: Ander Vildósola

Música intro: Ander Vildósola

Música: Incompetech.com/youtube studio

Fuente: el espejo gótico

Para consultas escribe a:

 

Texto transcrito:

LOS DUALISTAS

BRAM STOKER

1. (El que no da pronto, da dos veces)

En casa de los Bubb reinaba la alegría.

Durante diez largos años, Ephraim y Sophonisba Bubb se habían lamentado en vano de su soledad. Inaccesibles al desaliento, habían contemplado una y otra vez las tiendas de ropa de bebé, y habían fijado sus miradas deseosas en los almacenes de los mimbreros, donde las cunas colgaban en tentadoras filas. En vano habían rezado, y suspirado, y farfullado, y deseado, y esperado, y llorado, sin recibir nunca ni el más mínimo atisbo de esperanza por parte de su médico de cabecera.

Pero ahora, al fin el tan deseado momento había llegado. Un mes había sucedido al otro con exasperante lentitud, y los días habían seguido perezosamente su curso. Los meses se convirtieron en semanas; las semanas menguaron hasta no ser más que días; los días se redujeron a horas; las horas devinieron minutos; los minutos se desvanecieron lentamente y ya no faltaban sino segundos.

Ephraim Bubb se sentó encogido en la escalera e intentó agudizar el oído preparándose para escuchar el compás de la maravillosa música que sin duda surgiría de los labios de su primogénito. En la casa reinaba el silencio, ese silencio mortal propio de la clama que precede al ciclón. ¡Ay! Ephraim Bubb... poco podías tú imaginar que el momento que se aproxima podría destuir para siempre tu pacífica y feliz existencia, y descubrir ante tus ansiosos ojos los portales de ese maravilloso país en el que la infancia reina suprema, y en la que al niño tirano le basta con un ademán de su manita y el tiple de su vocecita para sentenciar a sus padres a la tumba mortal bajo el foso del castillo. Palideces tan pronto como te asalta la idea. ¡Como tiemblas al descubrirte al borde del abismo! ¡Como desearías poder cambiar el pasado!

¡Pero escucha! Para bien o para mal, la suerte está echada. Los largos años de rezos y súplicas han llegado a su fin. Desde el interior de la habitación llega un llanto agudo, que se repite poco después. ¡Ah!


Ephraim, ese llanto es el tenue esfuerzo de unos labios infantiles - inhabituados todavía a nuestra ruda y mundana forma de hablar- que intentan pronunciar la palabra <<padre>>. Precisamente en el momento más vívido de tu ensoñación, olvidas todas tus dudas; y cuando el doctor avanza hacia ti como portador de la felicidad, te encuentra radiante de satisfacción recién adquirida.

-Mi querido amigo, permítame que le felicite... por partida doble. ¡Señor

Bubb, es usted padre de dos gemelos!

2. DÍAS DE ALCIÓN

Los gemelos eran los niños más buenos que jamás habían existido... o eso decían al menos los más resabiados, y los padres no tardaron en creérselo. La opinión de la niñera fue una prueba en sí misma.

No se trataba, señora, de que fueran buenos para ser gemelos, sino que eran buenos para ser niños; y ella debía de saberlo, no en vano había cuidado muchísimos en sus buenos tiempos, gemelos y no gemelos. Todo lo que pedían era que se les cortasen las piernecitas y se les pusieran unas alitas en sus adorables hombritos para poder colocarse uno a cada lado de una lápida de mármol blanco, bellamente tallada y consagrada a los restos de Ephraim Bubb; vaya si podrían, sí señor, si se diera el caso de que la esposa sobreviviese al padre de tan encantadores gemelos... pero se atrevería a decir, sin ánimo de ofender, que aunque un pelín –o dos- más mayor que su buena mujer, el señor Bubb seguía siendo un caballero de los más apuesto; y había oído que los caballeros nunca son demasiado mayores -además, por su parte, ella los prefería así-: no le gustaban los muchachos descerebrados; claro, que al padre de aquellos gemelos tan celestiales (¡Dios los bendiga!), no se le podía calificar de otro modo que no fuese de muchacho, aunque, al menos que ella supiera, nunca muchacho alguno había tenido unos gemelos como aquéllos, ni de ningún otro tipo, por cierto.

Los padres idolatraban a sus gemelos; eran al mismo tiempo su alegría y su tristeza. Que Zerubbabel tosía, allí estaba Ephraim, arrancado de su balsámico sueño con un agónico sollozo de consternación, debido a que las visiones de innumerables gemelos asfixiados y de ennegrecidos rostros acosaban su almohada. Que Zacariah lloriqueaba, hasta la cuna se apresuraba Sophonisba con el rostro pálido y los rizos desordenados.

Ya fueran torturadores alfileros o cordeles, o irritantes moscas y franelas, o luz deslumbrante, o atemorizante oscuridad, o hambre o sed, lo que asaltara a la sincrónica progenie, el hogar de los Bubb se vio privado de sus horas de sueño, y la rutina de las tareas domésticas cambió.

Los gemelos crecieron como uno solo: fueron destetados, les crecieron los dientes y, finalmente cumplieron tres años. Crecieron bellos uno junto al otro, llenaron un hogar, etc.

3. RUMORES DE GUERRA

Harry Metford y Tommy Santon vivían en la misma hilera de casas que

Epharim Bubb. Los padres de Harry habían construido su hogar en el número 25; el número 27 se veía alegrado por la perpetua luminosidad de las sonrisas de Tommy; y entre aquellas dos residencias, siendo el número de la mansión el 26, Ephraim Bubb cuidaba de sus flores. Harry y Tommy se habían acostumbrado desde hacía tiempo a reunirse diariamente. Su principal método de comunicación había sido a través de los tejados, hasta que sus respectivos padres se habían visto obligados a pagarle a Bubb los daños que le habían ocasionado en el tejado y las ventanas de la buhardilla; a partir de aquel momento las autoridades paternas les habían prohibido que volvieran a encontrarse, mientras que su mutuo vecino había tomado la precaución de tapiar su jardín, rematando las paredes con vidrios rotos para prevenir sus incursiones.

Harry y Tommy, en todo caso, al estar dotados de almas valientes y obstinadas, de una naturaleza lativa, ambiciosa e impetuosa, desafiaron las rugosas paredes de los Bubb y continuaron encontrándose en secreto.

Comparados con estos dos jóvenes, Cástor y Pólux, Damón y Pitias,

Eloísa y Abelardo, no eran sino insípidos ejemplos de constancia y amistad. Todos los poetas, desde Higinio hasta Schiller, podrían cantar todas las nobles gestas y los desesperados peligros desafiados en el nombre de la amistad, pero se habrían quedado mudos de haber conocido el mutuo afecto de Harry y Tommy. Día tras día, y a menudo noche tras noche, se enfrentaban a los peligros representados por suniñera, su padre y su madre; y desafiaban la correa y el encierro, el hambre y la sed, y la soledad y las tinieblas, para encontrarse. Lo que hablaban en secreto por nadie era sabido. Qué hechos perpetraban en sus simposios al amparo de la oscuridad, nadie pudo decirlo. Se encontraban a solas, permanecían a solas y a solas regresaban a sus respectivas viviendas. En el jardín de los Bubb había una glorieta recubierta de plantas trepadoras, y rodeada por unos álamos jóvenes que el orgulloso padre había plantado el día que habían nacido sus hijos, y cuyo rápido crecimiento había observado con satisfacción. Aquellos árboles ocultaban un cenador, y allí era donde Harry y Tommy, sabedores gracias a una cuidadosa observación de que nadie entraba en el lugar, celebraban sus cónclaves. Una y otra vez se encontraban con completa seguridad y se lanzaban, como de costumbre, a la búsqueda del placer. Descorramos el misterioso velo y veamos cuál era el Gran

Desconocido ante cuyo altar se arrodillaban.

A Harry y a Tommy les habían regalado por Navidad una navaja nueva a

cada uno; y durante mucho tiempo (casi un año), aquellas navajas,

similares en tamaño y forma, fueron su principal fuente de deleite.

Con ella podían cortar y tajar en sus respectivas casas todo aquello que

pudiera pasar inadvertido, ya que los caballeretes eran prudentes y no

tenían deseos de que aquellos momentos de placer se convirtieran en

dolorosos tormentos. Los interiores de los cajones, y de los escritorios, y

de las cajas; los bajos de las mesas y las sillas; las partes traseras de los

cuadros, incluso los suelos, donde las esquinas de las alfombras podían

retirarse subrepticiamente; todo ello llevaba el sello de su habilidad

artesana. Comparar notas sobre aquellos triunfos artísticos era una

fuente de regocijo. A la larga, sin embargo, llegó un momento crítico:

había que abrir un nuevo campo de acción, ya que los viejos apetitos

estaban completamente saciados, y los viejos placeres habían empezado a

palidecer. Era absolutamente necesario que los esquemas de destrucción

existentes se vieran aumentados; y sin embargo aquello apenas podía

llevarse a cabo sin un terrible riesgo de ser descubiertos, ya que se

habían alcanzado y sobrepasado los límites de seguridad. Pero, fuese el

riesgo pequeño o grande, había que abrir un nuevo campo... encontrar

un nuevo placer, ya que la antigua tierra se había vuelto estéril, y el ansia

de satisfacciones crecía fieramente en su interior cada día que pasaba.

La crisis había empezado: ¿quien podría predecir el resultado?


4. QUE SUENE LA FANFARRIA

Se encontraron en el cenador, dispuestos a debatir aquel asunto tan

grave. El corazón de ambos latía con los estampidos de una revolución,

sus cabezas estaban llenas de intrigas y estrategias, y sus bolsillos

estaban repletos de dulces, más dulces aún por el hecho de haber sido

robados. Tras haber despachado los caramelos, los conspiradores

pasaron a explicarse sus respectivas visiones sobre la necesidad de

ensanchar sus horizontes artísticos. Tommy reveló orgulloso un plan que

se le había ocurrido en relación a los agujeros que podrían hacer en la

caja de resonancia del piano, de modo que sus propiedades musicales

quedasen destruidas. Harry no se quedaba atrás en ningún momento con

sus ideas de reforma. Había perpetrado el proyecto de cortar por la parte

de atrás el lienzo del retrato de su bisabuelo, tenido en alta estima por su

padre entre sus lares y penates, de tal modo que cuando el cuadro se

moviese, la capa de pintura se resquebrajase y la cabeza se separase del

resto del cuerpo.

Llegados a aquel punto del consejo, a Tommy se le ocurrió una idea

brillante.

- ¿Por qué razón deberíamos privarnos de un doble disfrute, y no

sacrificar en el altar de nuestro placer tanto los instrumentos musicales

como los retratos de nuestras familias en ambas casas?-

De este modo se pusieron de acuerdo y el encuentro quedó suspendido

debido a la proximidad de la cena. Cuando volvieron a encontrarse

resultó evidente que había alguna pieza que no acababa de encajar en el

esquema, que -algo se estaba pudriendo en Dinamarca-. Tras un

intercambio de esgrima verbal, se desveló que todos los planes de

reforma doméstica habían quedado frustrados por la vigilancia maternal,

y que tan fuerte había sido la reprimenda debido a un descubrimiento

parcial de sus esquemas que éstos deberían abandonarse, al menos por el

momento, hasta que una mayor fuerza física permitiese a los

reformadores reírse hasta la burla de amenazas y mandatos paternos.

Embargados por la tristeza, los desolados muchachos tomaron sus

navajas y las contemplaron con respeto; afligidos, pensaron, como lo

hiciese Otelo, en la desaparición de todas sus oportunidades de alcanzar

el honor, el triunfo y la gloria. Compararon sus navajas con un cariño

propio de padres seniles. Allí estaban... tan parecidas en tamaño y fuerza

y belleza... sin empañar por la corrosión, impolutas, y con un filo intacto

y tan agudo como el de la espada de Saladino.

Tan parecidas eran sus navajas, que de no haber sido por las iniciales

grabadas en los mangos ninguno de los chicos podría haber estado

completamente seguro de cuál de las dos era la suya. Al poco empezaron

a alardear el uno frente al otro de la superior excelencia de sus

respectivas armas. Tommy insistió en que la suya estaba más afilada.

Harry afirmó que la suya era la más resistente. La guerra de palabras

creció en intensidad. Los temperamentos de Harry y de Tommy se

inflamaron y sus pechos juveniles se alumbraron con hombrunos

pensamientos de odio y atrevimiento. Pero aquella hora se vio invadida

por el espíritu de una era perdida en el tiempo, un espíritu que penetró

incluso en el sombrío cenador de los Bubb, y que susurró en el oído de

cada uno de ellos un esquema de sufrimiento tan viejo como el mundo,

poniendo a la disputa de inmediato. Mediante un solo impulso, los

chicos sugirieron poner a prueba la calidad de sus cuchillos mediante la

ordalía de La Mella.

Tan pronto como se hubieron puesto de acuerdo, Harry colocó la hoja de

su navaja hacia arriba, y Tommy agarrando firmemente la suya, blandió

su hoja golpeándola contra la de Harry. Después, se invirtió el proceso, y

Harry se convirtió en agresor. Entonces se detuvieron y contemplaron ansiosamente el resultado. No era difícil de ver: en cada navaja habían

aparecido dos grandes muescas de igual tamaño, de modo que fue

necesario reanudar la competición en busca de pruebas más

concluyentes.

¿Qué necesidad hay de relatar minuciosamente los detalles de tan fatal

disputa? hacía tiempo que el sol se había puesto y la luna se había alzado

sobre el tejado de los Bubb, exhibiendo una bella sonrisa, cuando,

agotados y molidos, Harry y Tommy se retiraron a sus respectivas casas.

¡Ay! El esplendor de las hojas se había desvanecido para siempre.

¡Maldición! su gloria se había esfumado y ya nada quedaba, salvo dos

ruinas inútiles con las hojas completamente melladas, y parecidas a nada

salvo a las serradas colinas de España.

Pero aunque lamentaron la pérdida de sus tan apreciadas armas, los

corazones de los muchachos se regocijaron, pues el día que acababa de

marcharse les había descubierto un nuevo método de obtener placer, tan

ilimitado como el horizonte.


5. LA PRIMERA CRUZADA

Aquel día, una nueva era amaneció en las vidas de Harry y Tommy.

Mientras los recursos materiales de sus padres pudieran mantenerlo, su

nuevo entretenimiento continuaría. Con extremo sigilo fueron tomando

posesión de los componentes menos utilizados de la cubertería de su

familia, y los fueron llevando uno a uno a sus rendez vous. Y aunque

salieron perfectamente inmaculados del santuario que suponía la alacena

del mayordomo... ¡Ay, no volvieron del mismo modo!

Pero con el transcurrir del tiempo la cantidad de cuchillos disponibles

se fue agotando, y de nuevo las inventivas facultades de los jóvenes

tuvieron que volver a ponerse en marcha. Razonaron de la siguiente

manera: -El juego de los cuchillos, es cierto, se ha agotado. Pero la

excitación provocada por las mellas aún perdura. Adaptemos, por lo

tanto, esta estupenda idea a nuevos mundos; sigamos viviendo bajo el

resplandor del placer; continuemos jugando a mellar, pero usemos otros

objetos además de los cuchillos.

Así se hizo. Ningún cuchillo volvió a llamar la atención de los ambiciosos

jóvenes. Las cucharas y los tenedores, sin embargo, pasaron a ser

golpeados y aplastados hasta la deformidad; los pimenteros se

enfrentaron a otros pimenteros en el campo de batalla, y otros fueron

retirados agonizantes del mismo; los candelabros pelearon entre sí para

no volver a encontrarse a este lado de la tumba; incluso los fruteros

fueron utilizados como armas en la cruzada del mellado.

Al fin, todos los recursos de la alacena del mayordomo se agotaron, por

lo que dio inició un sistema de destrucción variada que en poco tiempo

demostró ser ruinosa para los hogares de Harry y Tommy. La señora

Santon y la señora Merford empezaron a darse cuenta de que los

desgarrones y las roturas que asolaban sus hogares eran excesivos. Un

día tras otro se sobrevenían las calamidades domésticas. Hoy, una valiosa edición de un libro, cuya lujosa encuadernación la habría hecho merecedor de un puesto público parecía haber sufrido la peor fortuna posible, ya que los bordes estaban aplastados y rotos y el lomo aparecía completamente desgarrado. Mañana, el mismo funesto destino le estaba predestinado a una miniatura. Al día siguiente, las patas de su silla o de una mesa mostrarían indicios de severo maltrato. Incluso, en el cuarto de juegos de los niños, se oyeron lamentos. Se había convertido ya en una rutina diaria que las niñas dejaran sus muñecas tumbadas sobre sus camitas con cariño y cuidado cuando tenían que irse a dormir, para encontrarlas tras su descanso privadas de toda su belleza con las piernas y los brazos amputados, y los rostros golpeados más allá de toda semejanza humana. Entonces empezaron a desaparecer las piernas de las vajillas. El ladrón no pudo ser descubierto y los sueldos de la servidumbre, empezaron a sufrir descuentos hasta llegar a ser más nominales que reales. La señora Merford y la señora Santon lloraron sus pérdidas, pero Harry y Tommy rieron con alborozo. Cada día más, sobre los despojos que se habían ido acumulando en el bosquecillo de los Bubb, se había ido apoderando de sus mentes el disfrute por el mellado que se había convertido en un capricho, en una locura, en un frenesí.

Al final llegó un día funesto. Los criados de los Merford y de los Santon, hartos del hostigamiento continuo al que se veían sometidos debido a las desapariciones, y viendo que la cuenta por las roturas había llegado a exceder sus propios sueldos, decidieron buscar una ocupación en la que, aunque no consiguieran una recompensa o un reconocimiento adecuado a sus servicios, al menos no perderían la fortuna ni la reputación que les pudiera quedar. Por lo tanto, antes de hacer entrega de las llaves y de los bienes confiados a su cuidado, procedieron a realizar una cuenta preliminar por su parte para asegurarse de la corrección de lo acreditado. Intensa fue su inquietud cuando pudieron apreciar el verdadero alcance del caos que se había desencadenado. Terrible fue su angustia ante el presente. Amargo su pensamiento sobre el futuro. Sus corazones derrotados por el peso del infortunio les fallaron. Se embotaron sus cerebros que habían conseguido derrotar a sus enemigos más peligrosos que la pena y se derrumbaron sus fornidas figuras sobre el suelo de sus respectivas “Sancta Sanctorum”.

Ese mismo día, algo más tarde, al ser requeridos sus servicios, se les buscó de una punta de la otra de la casa hasta que se les encontró en el mismo lugar en el que se habían derrumbado. Pero, ah, la justicia… Fueron acusados de haberse emborrachado y de haber destruido deliberadamente, mientras se hallaban en aquel degradante estado, todo aquello al alcance de sus manos. ¿O es que acaso no se hallaban las pruebas de su culpabilidad presentes en todo lo que habían destruido? Entonces se les acusó de todos los males que habían afligido a las dos casas y ante esa indigna negativa a reconocerlo, tanto Harry como Tommy, cada uno en su casa y de acuerdo a su plan de acción, dieron un paso al frente y aliviaron sus mentes del mortal peso que durante tanto tiempo les había afligido. Su historia fue una vez más otra que habían previsto para culpar a los mayordomos. Cuando pensaban que nadie les estaba mirando chocaban entré sí cuchillos en la alacena, sillas y libros en el salón y el estudio, muñecas en la habitación de juegos y platos en la cocina. Después de aquello los señores de cada casa se mostraron inflexibles e inamovibles en sus demandas por el cumplimiento de la justicia. Cada mayordomo fue condenado ante la ley bajo los cargos de embriaguez y la destrucción intencionada de la propiedad privada. Aquella noche, Harry y Tommy durmieron placida y dulcemente en sus camitas. Los ángeles parecían susurrarles al oído ya que sonreían como si estuvieran disfrutando de un sueño maravilloso. Las recompensas dadas por sus orgullosos y agradecidos padres yacían en sus bolsillos y en sus corazones se agolpaba la felicidad consciente de haber cumplido con su deber. Así de dulce debería ser el sueño de los justos. Deja que los muertos entierren a sus muertos.

Se podría suponer que Harry y Tommy aprovecharon aquellas circunstancias para olvidar sus desmanes pero no fue así. Las mentes de aquellos dos jóvenes no eran ordinarias en lo más mínimo, ni tampoco sus almas estaban compuestas de una naturaleza tan endeble como para arrendarse ante las primeras muestras de necesidad. Como Nelson, desconocían el miedo. Como Napoleón, creían que “imposible” era el adjetivo usado por los idiotas, y se regodeaban de la gloriosa verdad de que en el éxito de la juventud no entra la palabra “fracaso”. Por lo tanto, un día después del esclarecimiento de los delitos de los mayordomos, se reunieron en la glorieta para planear una nueva campaña. En el momento en el que más negras se les presentaban las cosas, y en que los estrechos muros de las posibilidades los mantenían fuera de sus límites, las deliberaciones de los impávidos jóvenes encontraron un rumbo a seguir.

- Ya hemos jugado con los objetos inanimados e inertes. ¿Porqué no pasar a los dominios de lo vivo? Los muertos ya se han deslizado hacia el pasado remoto y olvidado. Que los vivos se anden con cuidado.

Aquella noche volvieron a encontrarse cuando todos los habitantes de las dos casas se hubieron retirado a disfrutar de un balsámico sueño, y nada, sino los amorosos aullidos de los gatos nocturnos, revelaban la existencia de vida consciente. Cada uno acunaba entre sus brazos un conejillo y un pedazo de esparadrapo. Entonces, bajo la silenciosa y pacífica luz de la luna, dio inicio una actividad misteriosa, sangrienta y tenebrosa. Lo primero fue tapar con esparadrapo las bocas de los conejos para evitar que hiciesen ruido. Entonces, Tommy agarro a su conejo por el escurridizo rabo y balanceó su masa blanca a la luz de la luna. Lentamente Harry elevó a su animal agarrándole de la misma manera hasta que ambos quedaron a la misma altura ( y lo arrojó sobre el de Tommy). Pero no habían calculado bien. Los muchachos siguieron agarrando con firmeza los rabos de los conejos pero sus cuerpos se desencajaron y cayeron a tierra. Antes de que las condenadas bestias pudieran escapar, los competidores ya se habían arrojado sobre ellas y agarrándolas por las patas traseras reanudaron la prueba. El juego prosiguió hasta altas horas de la noche y cuando cada chico se retiró arrastrando triunfalmente el cadáver de su conejo favorito hasta depositarlo en su jaula, el cielo oriental comenzaba a clarecerse con el anticipo de un nuevo día.

A la noche siguiente reanudaron el juego con un conejito diferente, y durante más de una semana, hasta que las jaulas quedaron vacías de materia prima. La batalla siguió su curso. Cierto es que entre la chiquillería de los Santon y los Merford aparecieron corazones tristes y ojos enrojecidos cada vez que una de las amadas mascotas aparecía muerta. Pero Harry y Tommy, dotados del corazón de acero propio de los héroes ajeno al sufrimiento y sordo ante el sollozo de la infancia, continuaron desarrollando su competencia hasta las últimas consecuencias. Cuando se agotó el suministro de conejo, buscaron otro tipo de proyectil y durante los siguientes días la guerra continuó, gracias a la colaboración involuntaria de ratoncitos blancos, hurones, erizos, conejillos de indias, palomas, corderos, canarios, periquitos, ardillas, lorors, marmotas, caniches, cuervos, tortugas, terriers y gatos. De entre todos estos ¿Cómo podría esperarse que los más difíciles de manejar fueran los terriers y los gatos? En más de una ocasión, mientras se hallaban absortos en el placer que les producía golpear entre sí sus respectivos gatos, Harry y Tommy desearon que la tumba silenciosa pudiera abrir sus pesadas y masivas fauces para engullirlos, pues los felinos no se mostraban pacientes ante las agonías de la muerte y a menudo se desembarazaban de las ataduras dispuestas para garantizar la seguridad de los artistas y se revolvían entre sus verdugos. En todo caso habían sido sacrificados. Pero la pasión por la competencia seguía sin acabarse. ¿Cómo acabaría todo? Un nube forrada de oro.

Tommy y Harry estaban sentados en la glorieta abatidos y desconsolados. Lloraban como dos Alejandros que se hubieran quedado sin mundos que conquistar. Al fin, la convicción de que los recursos disponibles para ser golpeados se habían agotado se les hizo completamente patente. Aquella misma mañana habían librado una batalla desesperada, y su atuendo mostraba los estragos de la guerra abierta. Sus sombreros habían sido golpeados hasta convertirse en masas informes, sus zapatos habían perdido las suelas y los tacones, y tenían los altos completamente desgarrados; los extremos de sus mangas, sus camisas y sus pantalones estaban hechos jirones; y si se hubieran permitido el masculino lujo de llevar fraks, también éstos habrían desaparecido.

Ciertamente, aquel modo de combatir se había convertido en una pasión absorbente. Durante mucho tiempo se habían visto fieramente arrastrados por las alas del demonio de la lucha, e inútiles incluso en sus mejores momentos habían resultado las incitaciones del bien. Pero en aquel momento, enfebrecidos por el combate, enloquecidos por el éxito simultáneo de todas sus armas, y con el ansia por la victoria aún sin saciar, deseaban más fieramente que nunca una nueva forma de placer: como los tigres que han probado la sangre, ansiaban una libración más potente y abundante.

Estando allí sentados, son sus almas convertidas en un tumulto de deseo y desesperación, algún genio diabólico guió hasta el jardín a los brotes gemelos del árbol de los Bubb. Cogidos de la mano, Zacariah y Zerubbabel salían por la puerta trasera: habían burlado la vigilancia de sus nñeras, y siguiendo el instinto explorador de la humanidad avanzaban osados hacia el gran mundo, la tierra incógnita, la última

Thule del dominio paterno.

Poco a poco, se acercaron al grupo de álamos, tras el que se ocultaban los ansiosos ojos de Harry y Tommy, que observaban su avance, ya que los muchachos sabían que las niñeras solían reunirse allá donde estuviesen los gemelos, y temían ser descubiertos si se les cortaba la retirada.

Era una imagen conmovedora, la de aquellos adorables bebés, idénticos en forma, rostro, tamaño, expresión y vestimenta; tan parecidos, -que uno no podría decir quién era quién-. Cuando Harry y Tommy advirtieron aquella sorprendente semejanza, se miraron entre sí y, agarrándose por los hombros hablaron en susurros:

- ¡Diablos! ¡Pero si son idénticos! ¡Esta será la tesis de nuestro arte!

Con la excitación grabada en su rostro y las manos temblando establecieron sus planes para atraer a los confiados gemelos hasta los límites interiores de su matadero. Y tuvieron tanto éxito que, en breve los gemelos habían avanzado tambaleándose hasta quedar detrás del círculo de álamos, fuera del campo de visión de la mansión de sus padres. Harry y Tommy no eran conocidos en el vecindario por su amabilidad y por su buen comportamiento en sus casas. Pero al ver el modo amable en el que se dirigieron a los indefensos bebés, habría hecho las delicias del corazón de cualquier filántropo. Mediante sonrisas, palabras traviesas y dulces artimañas, les atrajeron hasta el interior del cenador. Después, con el pretexto de columpiarles en el aire de ese modo que les encanta a los niños, los levantaron del suelo. Tommy agarró a Zacariah y sonreía con su carita de luna en dirección a las telarañas que se acumulaban en el techo del cenador. Y Harry con gran esfuerzo alzó al querubínico Zerubbabel. Ambos se prepararon para acometer una gran empresa. Harry para golpear y Tommy para recibir el impacto. Y entonces pudo verse la figura de Zerubbabel girando en el aire alrededor de la cara iluminada y decidida de Harry. Se oyó un impacto repugnante. El blanco rostro de Zerubbabel había golpeado de lleno contra el de Zacariah, ya que Tommy y Harry eran unos artistas con demasiada experiencia como para fallar un objetivo tan evidente. Las narices se desmigaron como si fueran de barro. Las carnosas mejillas quedaron durante un momento completamente aplanadas para separarse después empapadas de sangre. De inmediato el firmamento quedó rasgado por una serie de gritos tan terribles que podrían haber despertado a los muertos. Desde el interior de la casa de los Bubb llegaron los ecos de las voces de los padres y de sus pasos. Al oir el ruido de sus pies apresurarse a través de la mansión, Harry le dijo a Tommy: - Estarán aquí en un momento! Subamos al tejado del establo y retiremos la escalera. – Tommy asintió mediante un gesto y los dos muchachos despreciando las consecuencias y arrastrando cada uno a un gemelo, ascendieron al tejado del establo con la ayuda de una escalera que solía estar apoyada en la pared y que retiraron en cuanto hubieron llegado arriba. Cuando Ephraim Bubb llegó desde la casa en busca de sus niños perdidos, se encontró con una visión que le heló el alma. Arriba, en el alero del tejado del establo, Harry y Tommy habían reanudado su juego. Parecían dos jóvenes demonios forjando un instrumento diabólico, ya que los gemelos eran elevados por turnos y después arrojados con una fuerza fenomenal sobre la forma supina de su semejante. Nadie, salvo un padre cariñoso e imaginativo, podría llegar a adivinar cómo se sintió Ephraim. De hecho, ver como sus hijos, los consuelos de su vejez, los amados gemelos, eran sacrificados para el brutal placer de unos jóvenes dejenerados que ni siquiera eran conscientes de su infanticidio. Destrozarían incluso el corazón del más insensible de los progenitores. En vano gritaron Ephraim y Sophonisba, que acababa de llegar a la escena con los tizos desordenados, lamentándose por el destino de su descendencia y solicitando auxilio. Quiso el infausto destino que nadie más que ellos pudiera ver aquella carnicería o escuchar los chillidos de angustia y desesperación. Ephraim se subió salvajemente sobre los hombros de su mujer para intentar escalar el muro del establo pero también fue en vano. Frustrados todos sus esfuerzos, corrió hasta la casa y regresó un momento más tarde portando una escopeta de dos cañones que cargó mientras corría. Se aproximó al establo y les ordenó a aquellos jóvenes asesinos:

- ¡soltar a los gemelos y bajar aquí antes de que os dispare como si fuerais perros!

- ¡Nunca! – exclamó el heroico dúo al unísono antes de continuar con su horrible pasatiempo multiplicando su entusiasmo al saber que los desorbitados ojos de los padres lloraban a causa de su alegría.

- ¡Entonces morid! – chilló Ephraim al descargar sus cañones derecho e izquierdo sobre los competidores. Pero ahh, el amor por sus pequeños hizo temblar aquella mano que nunca antes había vacilado. Cuando desapareció el humo y Ephraim se hubo recuperado del retroceso del arma, oyo unas estruendosas risas de triunfo y vio a Harry y a Tommy completamente ilesos, agitando en el aire los torsos de los gemelos El cariñoso padre les había volado la cabeza. Tommy y Harry chillaron de gozo y tras jugar y lanzarse los cuerpos durante un rato, vistos únicamente por los ojos del infanticida y de su esposa, los arrojaron al vacío. Ephraim se apresuró a recoger aquello que una vez había sido Zacariah y Sophonisba le siguió frenéticamente para intentar detener la caída de los restos de su amado Zerubbabel. Pero ninguno de los dos padres tuvo en cuenta el peso de los cuerpos ni la altura desde donde habían sido arrojados. Dado que ignoraban una forma dinámica de lo más simple, intentaron realizar una operación, que la calma y el sentido común, unidos al conocimiento científico, les hubiera revelado como imposible. Las masas cayeron y Ephraim y Sophonisba murieron a causa del impacto con los gemelos, quienes de este modo se convirtieron en parricidas a título póstumo. Un juez de instrucción de lo más espabilado declaró que los padres eran culpables del infanticidio y el suicidio, gracias a las pruebas aportadas por Harry y Tommy, quienes juraron, aunque de mala gana, que aquellos monstruos inhumanos y enloquecidos por la bebida habían asesinado a sus retoños al disparar al aire con un cañón, posteriormente robado, que los había hecho caer sobre sus cabezas como si de maldiciones se tratase, y que luego se habían matado el uno al otro “Suis manibus” con sus propias manos. En consecuencia, a Ephraim y Sophonisba Bubb se les negó el solaz que otorga un sepelio cristiano y fueron entregados a la tierra sin mayor ceremonia que la de atravesarles el cuerpo con una estaca para que quedaran bien clavados a sus impías tumbas por lo menos hasta el día del juicio.


Tanto Harry como Tommy fueron recompensados con honores nacionales y fueron armados caballeros sin que su tierna edad supusiese un inconveniente.

La fortuna pareció sonreírles en los años que siguieron; alcanzaron una edad considerable gozando de buena salud, y fueron respetados y apreciados por todos.

A menudo, en las doradas vísperas del verano, cuando la naturaleza parecía descansar, cuando se abría el barril más añejo y se encendía la lámpara más grande, cuando las castañas se asaban sobre las brasas y el cabrito giraba sobre el espetón, cuando sus bisnietos pretendían reparar una armadura imaginaria y guarnecer el penacho de un imaginario casco, cuando las lanzaderas de las buenas esposas de sus nietos destellaban en sus telares, los dos viejos acostumbraban recordar, entre gritos y carcajadas, la historia de LOS DUELISTAS, O LA FUNESTA MUERTE DE LOS GEMELOS.



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