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Foto del escritorEl Desván de los Cuentos Perdidos

"La puerta y el pino" Audiolibro de Robert Louis Stevenson

Actualizado: 22 mar 2021



Locutado por Ander Vildósola. Música de Ander Vildósola y Kevin Macleod (incompetech.com) .

 

Transcripción del relato. Fuente: Ciudad Seva


La Puerta y El Pino

Robert Louis Stevenson

Aborrecía el conde a cierto barón alemán, forastero en Roma. Las razones de este

aborrecimiento no importan; pero como tenía el firme propósito de vengarse, con un

mínimo de peligro, las mantuvo secretas aun del barón. En verdad, tal es la primera ley de

la venganza, ya que el odio revelado es odio impotente. El conde era curioso e inquisitivo;

tenía algo de artista; todo lo ejecutaba con una perfección exacta que se extendía no sólo a

los medios o instrumentos. Cabalgaba un día por las afueras y llegó a un camino borrado

que se perdía en los pantanos que circundaban a Roma. A la derecha había una antigua

tumba romana; a la izquierda, una casa abandonada entre un jardín de siemprevivas. Ese

camino lo condujo a un campo de ruinas, en cuyo centro, en el declive de una colina, vio

una puerta abierta y, no lejos, un solitario pino atrofiado, no mayor que un arbusto. El sitio

era desierto y secreto; el conde presintió que algo favorable acechaba en la soledad; ató el

caballo al pino, encendió la luz con el yesquero y penetró en la colina. La puerta daba a un

corredor de construcción romana; este corredor, a unos veinte pasos, se bifurcaba. El conde

tomó por la derecha y llegó tanteando en la oscuridad a una especie de barrera, que iba de

un muro a otro. Adelantando el pie, encontró un borde de piedra pulida, y luego el vacío.

Interesado, juntó unas ramas secas y encendió un fuego. Frente a él había un profundísimo

pozo; sin duda algún labriego, que lo había usado para sacar agua, puso la barrera. El

conde se apoyó en la baranda y miró el pozo, largamente. Era una obra romana y, como

todas las de este pueblo, parecía construida para la eternidad. Sus paredes eran lisas y

verticales, el desdichado que cayera en el fondo no tendría salvación. Un impulso me trajo

a este lugar, pensaba el conde. ¿Con qué fin? ¿Qué he logrado? ¿Por qué he sido enviado

a mirar en este pozo? La baranda cedió, el conde estuvo a punto de caer. Saltó hacia atrás

para salvarse, y apagó con el pie las últimas brasas del fuego. ¿He sido enviado aquí para

morir?, dijo con temblor. Tuvo una inspiración.

Se arrastró hasta el borde del pozo y levantó el brazo, tanteando; dos postes habían

sostenido la baranda; ahora, esta pendía de una de ellos. El conde la repuso de modo que

cediera al primer apoyo. Salió a la luz del día, como un enfermo.

Al otro día, mientras paseaba con el barón, se mostró preocupado. Interrogado por el

barón, admitió finalmente que le había deprimido un extraño sueño. Quería interesar al

barón –hombre supersticioso que fingía desdeñar las supersticiones- El conde, instado por

su amigo, le dijo bruscamente que se precaviera, porque había soñado con él. Por supuesto,

el barón no descansó hasta que le contaron el sueño.

-Presiento- dijo que conde con aparente desgano- que este relato será infausto; algo me

lo dice. Pero, si para ninguno de los dos puede haber paz hasta que usted lo oiga, cargue

usted con la culpa. Este era el sueño. Lo vi a usted cabalgando, no sé donde, pero debe de

haber sido cerca de Roma; de un lado había una tumba, del otro un jardín de siemprevivas. Yo le

gritaba, le volvía a gritar que no prosiguiera, en una suerte de éxtasis de terror. Ignoro si

usted me oyó, porque siguió adelante. El sendero le llevó a un lugar desierto entre las

ruinas, donde había una puerta en una ladera y, cerca de la puerta, un pino deforme. Usted

se apeó (a pesar de mis súplicas), ató el caballo al pino, abrió la puerta y entró

resueltamente. Adentro estaba oscuro, pero en el sueño yo seguía viéndolo y rogándole que

volviera. Usted siguió el muro de la derecha, dobló otra vez por la derecha y llegó a una

cámara, en la que había un pozo y una baranda. Entonces no sé porque, mi alarma creció, y

volví a gritarle que aún era tiempo y que abandonará ese vestíbulo. Esa fue la palabra que

usé en el sueño, y entonces le atribuí un sentido preciso; pero ahora despierto, no sé lo que

significaba para mi. No escuchó usted mi súplica: se apoyó en la baranda y miró largamente el agua el pozo. Entonces le comunicaron algo. No creo haber sabido lo que

era, pero el pavor me arrancó del sueño, y me desperté llorando y temblando. Y ahora le

agradezco de corazón haber insistido. Este sueño estaba oprimiéndome, y ahora, que lo he

contado a la luz del día, me parece trivial.

-Quien sabe –dijo el barón-. Tienen algunos detalles extraños. ¿Me comunicaron algo,

dijo usted? Si, es un sueño raro. Divertirá a nuestros amigos.

-No sé –dijo el conde-. Estoy casi arrepentido. Olvidémoslo.

-De acuerdo –dijo el barón.

No hablaron más de sueño. A los pocos días el conde lo invitó a salir a caballo; el otro

aceptó. Al regresar a Roma el conde sofrenó el caballo, se tapó los ojos y dio un grito.

-¿Qué pasa? –dijo el barón.

-Nada –gritó el conde-. No es nada. Volvamos pronto a Roma.

Pero el barón había mirado a su alrededor y, a mano izquierda, vio un borroso camino

con una tumba y con un jardín de siemprevivas.

-Si –contestó con la voz cambiada-. Volvamos a Roma inmediatamente. Temo que

usted se halle indispuesto

-Por favor –gritó el conde-. Volvamos a Roma, quiero acostarme.

Regresaron en silencio. El conde, que había sido invitado a una fiesta, se acostó,

alegando que tenía fiebre. Al día siguiente había desaparecido el barón; alguien halló su

caballo atado al pino. ¿Fue este un asesinato?

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