Locutado por Ander Vildósola. Música de Ander Vildósola y Kevin Macleod (incompetech.com) .
Transcripción del relato.
En un atardecer triste y quejoso
meditaba yo, débil y abrumado,
sobre un volumen de ciencias muy curioso
de temas que ya estaban olvidados.
Mientras cabeceaba somnoliento,
oí como si repicaran suavemente
en la puerta cerrada del salón.
“Será alguna visita, —pensé yo—
que está llamando a la puerta de atrás.
Es eso, sólo eso y nada más.”
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Ah, recuerdo claramente
aquel diciembre anodino,
y el rescoldo mortecino
que hacía sombra en el suelo.
Mientras pedía vanamente
a los libros un consuelo,
por la pérdida de aquella
que los ángeles por bella,
quisieron llamar Leonor.
“Oh mi amor!”
Oh hermosura excepcional,
que ya ha quedado sin nombre
por siempre, siempre jamás!
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Me estremecí al ondular
de las púrpuras cortinas,
con ese ruido sedoso
del fantasma que camina.
Mi corazón temeroso
del pecho quería saltar,
y yo repetía angustiado
para poderlo callar:
“Es sólo un visitante que quiere entrar.
Es eso, eso es sólo, y nada más.”
Mas de pronto mi alma tomó aliento
y sin dudarlo, lancé mi voz al viento:
“Señor —dije— o señora, lo lamento,
y os imploro perdón de corazón.
Pero ha ocurrido que,
como estaba yo medio dormido
y llamasteis tan sin hacer ruido
a la puerta de mi habitación,
pues apenas si os he oído.”
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Y abrí de par en par:
oscuridad, tan solo, y nada más.
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Di la vuelta tras cerrar;
sentía mi sangre caliente,
cuando de nuevo, oí llamar,
esta vez más fuertemente.
“Eso es —dije yo— eso es seguramente
que sin duda esta mañana
alguien dejó sin pensar
cualquier cosa en la ventana.”
Abrí de par los postigos
y entró, cual si fuera amigo,
con revoloteo ruidoso,
un cuervo majestuoso.
No hizo reverencia alguna,
y con un aire altanero
de dama o de caballero,
sin batir casi sus alas,
con la mirada despierta
saltó, se posó en la puerta,
luego en el busto de Pallas,
y nada más.
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“Aunque tengas la cresta rala y lisa
no es tu actitud sumisa.
Tú, que por el margen de la noche vagas,
dime, cuál es tu nombre,
antes de que deshagas
lo que plutónicamente
te da el hombre, pájaro carroñero.”
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El cuervo dijo: “nunca más”,
y nunca diría otra cosa.
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De pronto noté el aire perfumado:
un invisible incensario balanceado
por ángeles cuyo tintineo
quedaba en la alfombra amortiguado.
“Miserable”, le increpé;
“Dios por medio de estos querubines
te envuelve en el descanso y el sopor
que alivian el recuerdo de tu amor.
Apura, apura este filtro que asegura
el no acordarte más de tu locura.”
Y dijo el cuervo: “nunca más”.
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“Que estas palabras sean tu despedida,
pájaro demonio; —chillé furioso—
aléjate de mi vida,
ve a tu noche de plutonio
y no dejes pluma atestiguando la mentira
que tu alma invoca.
Mi rebeldía se ha convertido en ira.
Baja del busto de roca,
no busques mi corazón
y desaparece de mi habitación.”
Y dijo el cuervo: “nunca más”.
“No busques, cuervo, mi corazón,
desaparece de mi habitación.”
Y dijo el cuervo: “nunca más “.
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Y el cuervo inmóvil,
cerradas las alas
ahí sigue parado,
sobre el busto de Pallas.
Guardián inmóvil
de mi imagen muerta,
escudriña mi ser
desde la puerta.
La luz proyecta su imagen en el suelo,
donde yace mi alma sin consuelo.
Donde ya siempre mi alma yacerá
pues no podrá levantarse
nunca más.
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